La fotofobia designa una intolerancia a la luz por encima de los niveles que se consideran normales en un ser humano.
A diferencia de otras palabras que se forman con el lexema–fobia que sí tienen su origen en un problema psicológico, la fotofobia suele tener su razón de ser en cuestiones fisiológicas. Puede llegar a incapacitar la vida diaria ya que influye en multitud de situaciones habituales como problemas de adaptación en distintos ambientes de iluminación, por ejemplo al pasar de un sitio claro a un sitio oscuro (o a la inversa), dificultad al caminar para ver el contraste de escalones o bordes, etc.
Hay muchas enfermedades relacionadas con los ojos o con el sistema nervioso que pueden producir el desarrollo de fotofobia. Las principales son lesiones o infecciones oculares, cataratas, degeneración macular, migrañas o encefalitis. También hay otras causas de la fotofobia que tienen que ver con los ojos; puede provocarla una alergia a los líquidos de conservación de las lentes de contacto, así como ciertos medicamentos oculares, que son susceptibles de paralizar el músculo esfínter del iris, provocando una entrada de luz mayor a la tolerable.
Para controlar la fotofobia conviene saber del cierto su procedencia y cuál es la mejor opción para cada caso, para ello se debe visitar un centro óptico especializado. Allí se realizarán las pruebas necesarias para hacer un diagnóstico completo de la afección que provoca la poca tolerancia a la luz y se valorará la opción del filtro ideal para cada persona:
- El que produzca menor deslumbramiento
- El que realce más los contrastes
- El que no modifique la percepción del color
- El que produzca una mayor sensación de confort